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En febrero del 2010, viajé a España, invitado por la Universidad de Alcala,
para participar en un comité de examen de doctorado.
Estando allí, uno de mis colegas me invitó
a una caminata en la Sierra Subbética, una cadena de montañas localizada al sur de Andalucía.
Los participantes eran un grupo de cerca de cuarenta personas provenientes
de Madrid, incluyendo algunas damas
de mediana edad, la mayoría bien acostumbrados al deporte de caminata.
Comenzamos a las 11 de la mañana; la aventura iba a tomar tres horas y cubrir cerca de 16 km de terreno montañoso.
En el medio de la caminata, nuestro jefe se dio cuenta que no conocía el terreno muy bien,
así que
decidió adelantarse para investigar, dejando el grupo atrás, de cargo de su asistente.
Después de esperar por más de una hora, el grupo se dio cuenta que algo andaba mal.
Para empeorar las cosas, era el mes de febrero, en medio del invierno,
estaba lloviendo fuerte, y el suelo arcilloso estaba bien mojado, así
que algunos de nosotros estabamos sufriendo.
Algunos del grupo querían avanzar; otros temían perderse,
y preferían permanecer en el sitio hasta mejor aviso.
No se había tomado ninguna decisión; entretanto, el tiempo apremiaba.
Muy pronto caería la noche e iba a ser
casi imposible encontrar el camino de salida en esa montaña.
Dadas las circunstancias, la desesperación estaba tomado lo mejor de algunos, cuando en eso tuvimos
un golpe
de suerte. A lo lejos divisamos otro grupo, liderado por un guía,
que iba por la misma ruta, así que decidimos juntarnos
a ellos. Un kilómetro más adelante encontramos a nuestro líder,
el cual estaba esperándonos, preguntándose
el motivo de nuestra demora.
Llegamos a nuestro destino, Zuheros, en el extremo norte de la sierra,
tres horas más tarde de lo planeado. Esa noche tuvimos un merecido descando
en Cabra, al extremo oeste de la sierra.
La moral de la historieta es: Si no se conoce bien la ruta, es mejor
hacer la caminata durante el verano.
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