En julio de 1997, asistí a una clínica de caballos
en el Rancho Chahuchu, en Solvang, California.
Tenía una invitación personal del entrenador, y estaba muy interesado en aprender más de caballos.
La clínica duro todo el día y trató el tema de caballos con problemas.
La asistencia fue baja, con cerca de 20 personas. Me sorprendió
reconocer
entre los asistentes a una famosa estrella de Hollywood, la cual
estaba acompañada de una amiga que visitaba de Europa.
Yo estaba apropiadamente vestido para la experiencia,
luciendo pantalón de mezclilla, camisa de estilo vaquero, correa de hebilla, y un sombrero
que había adquirido recientemente.
Los asistentes nos sentamos a disfrutar de la experiencia.
No tuve la oportunidad de conversar con nuestra estrella, pero, dada la reducida cantidad de personas,
todos estábamos muy conscientes de la presencia de los otros. Yo trataba de no perder ningún detalle.
En ocasiones,
probaba mi andar vaquero, en el cual se arqueaba las piernas para demostrar mi experiencia de montar caballos.
Al finalizar el día, nuestra estrella rompió el hielo
y acercándose a mi, pronunció, en tono claramente halagador:
"Usted es un auténtico vaquero Mexicano."
Le agradecí el cumplido, pero me quedé pensando
que nuestra estrella había errado en todo:
Yo no era auténtico,
ni vaquero, y mucho menos Mexicano.
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