La comunidad de Tlaxiaco, en Oaxaca, México,
confronta un dilema típico de otras ciudades similares en áreas en desarrollo de
México y América Latina.
En las últimas tres décadas, se han instalado tuberías de desagüe en el casco urbano,
mientras que el tratamiento de las aguas servidas se ha dejado de lado por ser muy oneroso.
A través de los años, esto ha llevado a la contaminación de las corrientes
de agua naturales,
las cuales se han convertido prácticamente en cloacas abiertas.
Cabe mencionar que las zonas rurales, las cuales son bastante extensas en Tlaxiaco, han evitado el drenaje
y la contaminación de la corrientes,
instalando en vez letrinas secas y fosas sépticas.
La necesidad de limpiar las corrientes de agua superficiales está siendo reconocida.
Sin embargo, existe una creciente
presión social para que las zonas rurales sean conectadas a la red de alcantarillado,
aumentando de esta manera la cantidad de agua que necesita ser tratada.
En noviembre del 2000, me reuní con el presidente municipal y los regidores del ayuntamiento,
y les expliqué el problema que confrontaban: A mayor número de personas que drenan,
mayor la cantidad de aguas servidas a ser tratadas. Les planteé
una solución mixta, consistente en
una combinación de drenaje y retención, con una
laguna de oxidación y humedal construido para
el tratamiento de desagües provenientes del casco urbano, y
letrinas ecológicas secas para las zonas rurales.
Sin embargo, algunos argumentaban que el drenaje debería aumentar,
pues era el camino hacia la modernidad.
Al final de la sesión, un regidor de edad madura, que representaba a una de las zonas
rurales y el cual aparentemente era nuevo al sistema convencional de inodoro y drenaje, me dijo, en un tono
casi suplicante: "No lo entiendo... ¡Van a usar toda nuestra agua!
¡No va a quedar ninguna para beber!"
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